El Comité Ejecutivo Árabe convocó a una huelga nacional a principios de 1936, los líderes convocaron a sus seguidores a “combatir a los enemigos de la religión que quieren destruir vuestras mezquitas y expulsarlos de vuestra tierra”, como lo relata el historiador Shlomo Ben Ami. Así, con palabras de odio como esas, las masas exaltadas e instigadas por la pasión, se volcaron a masacrar comunidades enteras de judíos y palestinos.

Veinte años antes, en 1916 los británicos y franceses le prometieron a través del tratado Sykes-Picot, al Emir de la Meca, Hussein ibn Ali, la creación de una gran nación árabe si se aliaba con estas potencias en contra del Imperio Otomano; la primera guerra mundial estaba en su cenit. Al finalizar la guerra, Francia y Reino Unido se repartieron la región e incumplieron los acuerdos con el El Emir.

Sykes-Picot ocasionó un fuerte sentimiento de traición entre la comunidad árabe, potenciado por la Declaración de Balfour de 1917, en donde se planteó el establecimiento de un “hogar nacional judío” propiciando políticas y acciones para alentar la inmigración judía a Palestina en gran escala. Más de 400,000 judíos llegaron entre 1919 y 1941.

Las protestas se volvieron insurrecciones que fueron oprimidas brutalmente por el gobierno colonial británico que se simbolizó en la destrucción de una parte de la antigua Jerusalén, este grave error provocaría el ensañamiento de la violencia en contra de la población civil de ambos bandos. En la memoria histórica prevalece el recuerdo de aquellas escenas dantescas, que 90 años después, se siguen repitiendo.

En 1939, el gobierno británico se vio forzado a negociar nuevamente el apoyo de los árabes en contra de la Alemania nazi y restringió la llegada de la población judía al territorio palestino, aún y cuando se tenía información del genocidio que acontecía en Europa del Este. Nuevamente las potencias aliadas incumplieron un acuerdo, pero ahora en contra del movimiento sionista.

El odio ocasionado por la repartición artificial de principios del siglo pasado, permeó de una forma muy profunda en las emociones de ambos pueblos. Israel y el mundo árabe durante un siglo radicalizado múltiples horizontes de la convivencia regional. Desafortunadamente la exacerbación de los nacionalismos ha provocado terribles situaciones de violencia terrorista a lo largo 100 años.

Una de ellas, ocurrió en los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972, cuando la organización terrorista “septiembre negro” irrumpió en la villa olímpica asesinando a 11 atletas israelíes. La reacción de la primera ministra israelí Golda Meir, fue ordenar la operación “Cólera de Dios” una acción de justicia privada en la cual los líderes terroristas fueron ultimados por el Mosad, misma agencia que asesinó en 1973 “por accidente” a un ciudadano marroquí sin relación con los atentados.

Los terribles sucesos que se han desencadenado en Gaza, Israel y Cisjoradania a partir de los hechos del 7 de octubre, debe hacer reaccionar la comunidad internacional para llegar a acuerdos que cambien el paradigma de una región que fue artificialmente dividida por potencias de la primera guerra mundial. Urge revisar los agravios históricos y conjugarlos con un principio elemental de la diplomacia surgido en nuestro país, que también vivió los caprichos imperialistas: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.

Google News

TEMAS RELACIONADOS