En el cementerio San Miguel, donde los cipreses custodian historias de casi dos siglos, trabajan en silencio los cavadores: nueve hombres que, entre tierra, herramientas y madrugadas frías, sostienen el ritmo de un lugar que nunca se detiene.
Este 17 de noviembre, el gobierno municipal rendirá homenaje a quienes cargan con la responsabilidad de preparar el último descanso de los habitantes de Tulancingo. El reconocimiento cumple con lo decretado desde julio de 2005 por el cabildo y busca dar nombre a un oficio esencial que suele mantenerse fuera de la vista pública.
Entre ellos destaca Arturo Santos Desentis, quien desde hace 23 años llega antes del amanecer y se retira al final del día. Su constancia le ha valido un reconocimiento especial y el respeto de sus compañeros, que ven en él el ejemplo de un trabajo que requiere tanto esfuerzo físico como sensibilidad.
Los cavadores no solo abren fosas. También cuidan, limpian y mantienen el orden del histórico San Miguel, un panteón con 190 años de existencia que guarda la memoria de generaciones. Gracias a su labor, miles de familias encuentran un espacio digno para despedir y recordar.
La rutina se intensifica en meses como noviembre o en Semana Santa. En lo que va del mes, 11 personas —ocho mujeres y tres hombres de entre 34 y 90 años— han sido inhumadas por causas naturales. El panteón registra cerca de 20 inhumaciones mensuales, cifra que suele aumentar conforme avanza el año. El promedio anual de edad de quienes descansan allí se mantiene entre los 50 y 60 años.
En un panteón donde el tiempo parece avanzar distinto, los cavadores continúan su labor diaria, acompañando silenciosamente a las familias en algunos de sus días más difíciles. Y, al menos por un día, su entrega dejará de ser invisible.
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