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La noche en que Tulancingo se ahogó en memoria

Hace 25 años, una tormenta convirtió a la ciudad en una isla y recordó a sus habitantes que el agua siempre vuelve por sus caminos.

No fue solo una inundación | Foto: Claudia Pérez Cárdenas
05/10/2025 |16:23
Grisel Lira Vargas
Reportera y locutoraVer perfil

Nadie imaginaba que aquella tarde gris de octubre de 1999 se convertiría en una de las más recordadas en la historia del Valle de Tulancingo. Durante décadas, la gente había visto llover sin mayores consecuencias; las calles se anegaban, los ríos crecidos daban espectáculo, pero el agua nunca pasaba de ser más que una molestia. Por eso, pocos creyeron en su poder… hasta que todo se cubrió de agua.

La ciudad había crecido sin mirar a los cauces. Cientos de viviendas se levantaron al borde de los ríos y barrancas, y las obras hidráulicas eran casi inexistentes. En ese descuido silencioso se gestaba la tragedia. Las lluvias, que parecían eternas, comenzaron a caer con una intensidad desconocida. Desde Cuautepec y Santiago Tulantepec llegó una avalancha de agua que encontró en Tulancingo su punto más bajo, su destino inevitable.

La noche en que Tulancingo se ahogó en memoria | Foto: Claudia Pérez Cárdenas

La madrugada del 4 de octubre de 1999, el rumor del agua se transformó en estruendo. Los ríos Tulancingo y San Lorenzo se desbordaron, la presa La Esperanza liberó grandes volúmenes durante más de 12 horas y la ciudad quedó aislada. Las dos principales vías de acceso —la carretera México-Tulancingo y la de Poza Rica-Tuxpan— quedaron bloqueadas por inundaciones y deslaves.

Las noticias corrían solo por radio y en los pocos teléfonos que seguían funcionando. En medio del caos, las autoridades locales trataban de llegar a los barrios donde las familias subían a los techos para salvarse. Se estimaron más de seis mil viviendas con daños severos, caminos destruidos, derrumbes y accesos bloqueados. El gobierno estatal declaró a Tulancingo zona de desastre, lo que permitió activar recursos del FONDEN para su reconstrucción.

“Fue como si el agua nos hubiera devuelto una lección olvidada”, recuerda Lorenia Lira, cronista de la ciudad. “Tulancingo se llenó de reporteros y cámaras, pero también de héroes anónimos. La gente se ayudaba entre sí: en Jardines del Sur, en San Nicolás, en el centro... donde hubiera alguien atrapado, siempre había manos tendidas”.

El desastre no fue solo meteorológico, sino también histórico. El 4 de octubre de 1999 despertó esa memoria. Desde entonces, Tulancingo ha vivido otras lluvias copiosas —en 2005, 2007, 2009, 2010 y 2011—, pero ninguna como aquella que marcó una época. La noche en que el agua enseñó, con fuerza y dolor, que la naturaleza no olvida los caminos que le pertenecen.

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