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El eco del metal: la tradición de las campanas de Tlahuelompa

Apenas tres talleres continúan con la creación de campanas, un oficio artístico heredado en generaciones

El taller de don José Durán parece más un refugio atrapado en el tiempo I Foto: Ricardo Calleja
22/06/2025 |21:36
Ricardo Calleja
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Tiene que brillar como el sol de mediodía que cae sobre la comunidad de Tlahuelompa, en Zacualtipán. La campana casi está lista: es pesada, es majestuosa ante los ojos de don José Luis Durán Cortez. Recién salida del taller, descansa sobre la tierra antes de ser llevada al municipio de Acaxochitlán, donde sonará por varios años.

“Les ofrezco primero un cafecito”, expresó el artesano antes de compartir su proceso artístico de creación de campanas en una comunidad rodeada de naturaleza. Todo está verde por las recientes lluvias; algunas personas caminan sobre las calles empedradas. Al fondo, unos cuantos metros arriba, se escucha una herramienta que está puliendo una campana.

La elaboración de campanas es una herencia de su padre, quien logró fundir una campana de 15 toneladas que fue enviada a Arandas, en Jalisco. don José Durán solo terminó la educación secundaria y desde los 18 años continua con la tradición. Hoy tiene 42 años, sus manos están sucias por el trabajo que nunca se detiene. Su campana más grande hasta ahora ha alcanzado un peso de 5 toneladas.

El taller de don José Durán parece más un refugio atrapado en el tiempo I Foto: Ricardo Calleja

“El día que ya no esté, ya no habrá quien siga esto”, lamenta ante . En el mercado también hay intermediarios, quienes juegan un papel importante en la venta de campanas, lo que ha permitido distribuir a todo México e incluso a Estados Unidos y Guatemala.

Según el último Censo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), Tlahuelompa es un pueblo pequeño, pero grande en tradición y cultura. Sus cerca de mil habitantes se dedican a diversos oficios. No obstante, la elaboración de campanas “ya se está perdiendo”; antes, cuando el papá de don José vivía, existían más de 15 talleres, hoy apenas quedan tres.

El taller de don José Durán parece más un refugio atrapado en el tiempo. Unas columnas desiguales de concreto sostienen el techo de tejas viejas y ennegrecidas por el humo que exhalan dos hornos donde se funden las campanas que habrán de tocarse en alguna iglesia. Una pared improvisada cubre un lado del lugar, pero sólo son maderas apiladas: herramientas oxidadas, restos de moldes usados y bloques de concretos.

El taller de don José Durán parece más un refugio atrapado en el tiempo I Foto: Ricardo Calleja

Adentro, toda gira en una sola dirección. don José y dos trabajadores, Marcos y Javier, deben terminar una nueva campana que marca el y que será enviada al Estado de México. En el techo hay suficiente polvo que dan un color grisáceo. En otro extremo están las bocas de dos hornos: redondas y negras de tanto uso. Cadenas cuelgan del techo, listas para cargar o mover piezas de campanas que pesan más que los propios artesanos que las elaboran.

A su alrededor, campanas en distintas etapas de vida. Algunas aún son moldes de varios tamaños; otras ya comienzan a brillar “hasta que quede como un espejo”. Una de ellas, la de Acaxochitlán, grande y reluciente, aún está siendo trabajada por un hombre encorvado, mientras otro, sentado, también afina la forma de lo que será una nueva campana. Es un trabajo sucio, pesado. Por eso, dijo don José Durán, los jóvenes ya no quieren continuar con esto.

Afuera, la vegetación de la sierra hidalguense atrapa al taller. Busca meterse por algún lado sin protección, como si quisiera ver el proceso de creación. Es un taller sin puertas, no hay reloj, no hay manuales; sólo la experiencia, sólo el fuego que funde el cobre, el estaño, el bronce. Hay olor a metal, hay tiempo que presiona pero que exige paciencia para evitar errores.

El taller de don José Durán parece más un refugio atrapado en el tiempo I Foto: Ricardo Calleja

El trabajo es laborioso, requiere paciencia y delicadeza. Para elaborar una campana se requiere de dos moldes y a uno de ellos se le conoce como el corazón. Todos los detalles son importantes, por ello los moldes están protegidos con herrajes para que tenga la dureza necesaria. El oficio exige creatividad para delinear la decoración, las figuras, las letras.

En la fundición, en alguno de los dos hornos, el proceso empieza a tomar forma. Es sorprendente pero muy peligroso, pues es donde se funde el cobre, el bronce y el estaño a más de mil grados para lograr la consistencia necesaria para que se pueda vaciar al molde.

Luego comienza el pulido hasta encontrar el brillo que atrae y sorprende a los visitantes. El fundidor, don José, conoce en este proceso si el esfuerzo de días ha valido la pena, pues de eso depende que haya un buen sonido que anunciará momentos de alegría o tristeza.

El taller de don José Durán parece más un refugio atrapado en el tiempo I Foto: Ricardo Calleja

“Es algo bonito, porque al menos no tenemos riqueza, pero nos va dando para todo, solventar gastos de uno y de los hijos”, señaló José Durán Cortez, quien tiene dos hijas; la mayor estudia la universidad en Pachuca y la menor de edad cursa la secundaria.

El costo de una campana puede variar según el material utilizado (cobre, bronce, estaño) y la calidad que solicite el cliente. Una campana de bronce cuesta a 250 cada kilogramo, pero cuando incluye los tres materiales, el precio oscila entre los 500 pesos. En el caso de la campana de Acaxochitlán, su peso fue de 150 kilogramos, por lo que el costo fue de aproximadamente 75 mil pesos.

El taller también es espacio de convivencia. Se escucha música, se cuentan chistes, se habla de la vida, pues la confianza que han construido les ha permitido continuar con “un trabajo que no es aburrido”.

El taller de don José Durán parece más un refugio atrapado en el tiempo I Foto: Ricardo Calleja

En Tlahuelompa el timbre de algunas casas son campanas. Se escuchan en la sierra cuando se va a la tienda o a buscar a una persona, antes que el mediodía llegue. Es el eco de generaciones. Es historia que nació como oficio y se convirtió en arte. Es la voz de don José, que aprendió de su padre. Y con cada pieza que sale de “Fundidora campanas de Belem” intenta que esta tradición no se extinga.

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