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En la comunidad de El Damo, municipio de Tenango de Doria, nació y creció una tradición que se hila entre generaciones, colores y memoria. Reina Mendoza Lucas, artesana, es una de las guardianas de los célebres bordados tenangos, piezas que hoy son símbolo de identidad cultural y resistencia ante la apropiación y la industrialización.
“Este bordado surgió desde hace muchos años”, recordó Reina. Su primer acercamiento fue durante una investigación escolar cuando estudiaba en el Colegio de Bachilleres. El origen, aseguró, se remonta a las figuras rupestres encontradas en el sitio conocido como El Cirio. Aquellas imágenes inspiraron a una mujer de San Nicolás a plasmarlas en manta blanca, dando vida al arte que hoy recorre el mundo.
Los tenangos, como se les conoce popularmente, eran al principio diseños sencillos bordados en uno o dos colores. Con el paso del tiempo, y con el talento de manos como las de Reina y su madre, evolucionaron hasta convertirse en obras multicolores que adornan caminos de mesa, fundas, rebozos, viseras, diademas y hasta playeras.

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A Reina la formó su madre, quien también heredó el oficio de su abuela. “Yo no sé dibujar, pero mi mamá sí”, dijo con una sonrisa orgullosa. Juntas bordaban en los ratos libres, combinando hilos de algodón que partían con precisión para lograr los finos detalles de cada hoja, flor o animal. En su niñez recuerda que compraban hilos por kilo en el Instituto Nacional Indigenista (INI), donde apoyaban a mujeres artesanas.
Aunque el bordado fue en algún momento una fuente de ingresos para su familia, hoy lo practican más como un acto de resistencia y amor por sus raíces. “No se puede vivir al cien de la venta de artesanías”, explicó. Un camino de mesa puede tardar de seis a ocho meses en terminarse, y no siempre hay compradores dispuestos a pagar el precio justo. “Muchas personas quieren malbaratar nuestro trabajo. No saben lo que cuesta”, lamentó.
El mercado, además, enfrenta una amenaza creciente: la imitación por parte de marcas comerciales. “Tristemente, han querido robar nuestras raíces. No se vale. Esto lleva años de esfuerzo, es una cultura que debe respetarse”, enfatizó. Casos de plagio y apropiación indebida han restado valor a los bordados auténticos, desplazándolos por versiones baratas impresas o fabricadas en serie.

Reina y su madre son, actualmente, las únicas en su familia que siguen bordando. A sus sobrinas y tías ya no les interesa. “Muchos piensan que eso es para gente mayor, pero no es así. Es algo muy bonito. Cansa, sí, pero vale la pena”, afirmó.
Hace 25 años que vive en Pachuca, pero nunca ha dejado de añorar su tierra. “Extraño a mi gente bonita, solidaria, humilde. Extraño el cafecito, el pan…”. Aún vuelve cuando puede, aunque cada visita le recuerda cuán lejos está el corazón de casa.
Más que una artesanía, los bordados de Tenango de Doria son una declaración de identidad. Y Reina Mendoza, con aguja e hilo, sigue trazando en cada puntada una historia que resiste al olvido.

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