Bajo un techo de láminas ennegrecidas, lo mismo una pared de concreto, entre el olor metálico del cobre y la tranquilidad de la sierra, don Luciano Guzmán Gutiérrez pone sus manos ya curtidas sobre el vientre redondo de un alambique recién creado. Dice que “cada uno tiene su propio carácter”, como si hablara de una persona.

En la primera entrega de este recorrido por Tlahuelompa, mostró Llegó el turno de los alambiques de cobre que destilan el …

En cada rincón de esta comunidad de Zacualtipán late un oficio diferente, cada uno hecho con paciencia, herencia y orgullo. De cualquier casa puede salir una chispa de fuego: alguien talla campanas, otro da martillazos al cobre, una más pinta figuras religiosas, maquilan telas e incluso hay quienes destilan vinos.

Luciano Guzmán Gutiérrez pone sus manos ya curtidas sobre el vientre redondo de un alambique recién creado. Dice que “cada uno tiene su propio carácter”, como si hablara de una persona. I  Foto: Luis Soriano
Luciano Guzmán Gutiérrez pone sus manos ya curtidas sobre el vientre redondo de un alambique recién creado. Dice que “cada uno tiene su propio carácter”, como si hablara de una persona. I Foto: Luis Soriano

¿Qué es un alambique?

El alambique es una herramienta utilizada para destilar líquidos como el pulque, aguardiente e incluso perfumes o aceites naturales. Funciona a través de un proceso de evaporación y condensación.

Está compuesto por una caldera o pote donde se calienta el líquido; una capucha —también conocido como capitel— por donde sube el vapor; y un serpentín, un tubo en espiral que enfría el vapor hasta devolverlo como un destilado o una esencia.

El cobre es el metal preferido para su fabricación por dos razones: distribuye el calor de forma uniforme y, además, absorbe compuestos como el azufre que pueden afectar el sabor y la calidad del producto final.

Luciano Guzmán Gutiérrez pone sus manos ya curtidas sobre el vientre redondo de un alambique recién creado. Dice que “cada uno tiene su propio carácter”, como si hablara de una persona. I  Foto: Luis Soriano
Luciano Guzmán Gutiérrez pone sus manos ya curtidas sobre el vientre redondo de un alambique recién creado. Dice que “cada uno tiene su propio carácter”, como si hablara de una persona. I Foto: Luis Soriano

Una tradición heredada

A don Luciano le enseñó el oficio su papá. Apenas tenía 14 años cuando empezó a trabajar con el cobre “y a los 70 todavía estoy en esto”; pero admite, con melancolía en el tono de su voz y sus ojos: ya no aguanta como antes.

Trabajo a veces, cuando puedo, a ratos. Ya se cansa uno. No es de todos los días, ya no aguanta el cuerpo por la edad”, explica, mientras continúan los martillazos sobre el cobre en su taller que también ya muestra no solo el paso de los años, también la expertis en el oficio.

Su aprendiz es el esposo de su hija Eneida Guzmán. Tiene dos hijos, Franco y Luciano, que también seguirán con la tradición. Sin embargo, encontrar trabajadores que le ayuden es complicado. “No les gusta porque es muy pesado y muy sucio”, considera.

Luciano Guzmán Gutiérrez pone sus manos ya curtidas sobre el vientre redondo de un alambique recién creado. Dice que “cada uno tiene su propio carácter”, como si hablara de una persona. I  Foto: Luis Soriano
Luciano Guzmán Gutiérrez pone sus manos ya curtidas sobre el vientre redondo de un alambique recién creado. Dice que “cada uno tiene su propio carácter”, como si hablara de una persona. I Foto: Luis Soriano

Y aunque les ofrece hasta 350 pesos, solo van unos días y ya no regresan. “Corren”, dice don Luciano. “Y yo lo hago porque es lo único que sé hacer y me gusta. Es bonito”, confiesa.

No sólo elabora alambiques que después agradecerán los gustosos de un buen destilado; sus manos también dan forma a cazos o pailas que es un recipiente ancho, más hondo que un sartén tradicional y se utiliza para cocinar alimentos o tostar granos.

Son casi las tres de la tarde y el gallo de la casa no deja de cantar mientras don Luciano lanza golpes fuertes al cobre. Luego con su expertis, utiliza su cinta para marcar los próximos cortes.

Su nieta Belén, apenas una niña que descubre el mundo, lo observa con admiración y orgullo durante la entrevista.

Luciano Guzmán Gutiérrez pone sus manos ya curtidas sobre el vientre redondo de un alambique recién creado. Dice que “cada uno tiene su propio carácter”, como si hablara de una persona. I  Foto: Luis Soriano
Luciano Guzmán Gutiérrez pone sus manos ya curtidas sobre el vientre redondo de un alambique recién creado. Dice que “cada uno tiene su propio carácter”, como si hablara de una persona. I Foto: Luis Soriano

Cada uno con su carácter... y su tamaño

Hacer un alambique no es cosa fácil. Don Luciano señaló que se tarda hasta 20 días porque lleva varias piezas como mencionamos líneas arriba, pero el tamaño es lo que importa.

Los hay pequeños y grandes, para destilar aguardiente o aceites son de 20 litros, pero hay también de 40 litros para el pulque, mezcal y otros licores artesanales. A Tabasco enviaron un alambique de 200 litros.

Es poco lo que cae, no hay muchos pedidos”, refiere al explicar que al año llega a vender apenas dos alambiques y los costos dependen del tamaño, pero van desde los 40 mil pesos y el dinero llega en pagos.

Luciano Guzmán Gutiérrez pone sus manos ya curtidas sobre el vientre redondo de un alambique recién creado. Dice que “cada uno tiene su propio carácter”, como si hablara de una persona. I  Foto: Luis Soriano
Luciano Guzmán Gutiérrez pone sus manos ya curtidas sobre el vientre redondo de un alambique recién creado. Dice que “cada uno tiene su propio carácter”, como si hablara de una persona. I Foto: Luis Soriano

Sus clientes son de Calnali o Atlapexco, de la Sierra o la Huasteca Hidalguense, donde se produce y consume aguardiente como una bebida tradicional ancestral.

Su hija Eneida expresa que también llegan clientes del Estado de México. Les piden cazos chicos para crear dulces artesanales. “Pero tienen que ser sin estaño para que no se pegue”, dice.

Luciano Guzmán Gutiérrez pone sus manos ya curtidas sobre el vientre redondo de un alambique recién creado. Dice que “cada uno tiene su propio carácter”, como si hablara de una persona. I  Foto: Luis Soriano
Luciano Guzmán Gutiérrez pone sus manos ya curtidas sobre el vientre redondo de un alambique recién creado. Dice que “cada uno tiene su propio carácter”, como si hablara de una persona. I Foto: Luis Soriano

Señaló que durante el tiempo de la pandemia por Covid-19 vendieron hasta 20 alambiques chicos de cinco y 10 litros para extraer cantidades mínimas de aceites de hierbas, “medicinas naturales”. Sus costos oscilaron entre cuatro y 4 mil 500 pesos.

Tlahuelompa: campanas con don José Luis Durán Cortez o alambiques con don Luciano Guzmán. Ninguno tiene la certeza si el oficio seguirá en los próximos años, pero en los días por venir coinciden en algo: sus manos continuarán creando arte. Lo que aprendieron de sus papás necesita paciencia, tiempo, fuego… y mucho corazón.

¡EL UNIVERSAL HIDALGO ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Google News