La devoción une a Francisco y Estela, los dos viven en Pachuca y aunque ninguno se conoce, los une la fe por la Virgen de Guadalupe. A él le inculcaron desde niño el fervor por la Morenita del Tepeyac, mientras que ella, comenzó a creer apenas hace tres años atrás, cuando le obsequiaron una imagen.
Entre la multitud que peregrina afuera de “La Villita”, ambos llevan a su virgen entre sus brazos. Para Estela, la celebración es una experiencia reciente, pero importante. Su fe inició gracias a un obsequio que cambió la vida.

“Mi mamá me la regaló, no es católica, pertenece a otra religión, pero yo quería una Virgen y me la compró”, relata mientras sostiene su imagen adornada con una pequeña flor artificial.
Este año, asistió a la iglesia un día antes de la celebración de la guadalupana, ya que el día 12 acompañará a una catequista al Centro de Internamiento para Adolescentes de la capital hidalguense.
A diferencia de Estela, la fe de Francisco no es nueva, sino una herencia que le fue transmitida desde la infancia por su padre. Hoy, él le inculca la misma creencia en sus hijos.

“Desde que tengo conocimiento, desde unos seis años, ocho años, me traía mi papá en paz descanse, él nos enseñó a venirle a dar gracias por un año más de vida”.
La virgen que él carga significa que su petición fue cumplida, la compró hace tres años, justo después de ser dado de alta del hospital. La pieza aún luce el plástico protector con el que salió de la tienda, esperando el momento de ser bendecida por el sacerdote.
Francisco y Estela a pesar de sus distintas trayectorias, él con una fe de generaciones y ella con una devoción reciente, los dos se unen en el mismo lugar y representan la tradición guadalupana en Pachuca.
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