En estos días, Tulancingo huele a historia. A horno encendido, azúcar espolvoreada, recuerdos que se hornean con cariño y fe.

Con la llegada del Día de Muertos, las panaderías del municipio viven una de sus semanas más emblemáticas, cuando el pan de muerto deja de ser solo un alimento para convertirse en símbolo, en ofrenda y en puente entre el mundo de los vivos y el de quienes partieron.

Su presencia en los altares tradicionales es obligada. En Tulancingo, las panificadoras locales se prepararon con semanas de anticipación, afinando recetas, decoraciones y presentaciones para recibir esta fecha en la que cada hogar coloca un altar y cada familia busca un pan que acompañe su recuerdo.

Con la llegada del Día de Muertos, las panaderías de Tulancingo  viven una de sus semanas más emblemáticas I  Foto: Grisel Lira
Con la llegada del Día de Muertos, las panaderías de Tulancingo viven una de sus semanas más emblemáticas I Foto: Grisel Lira

Las panaderías artesanales y los talleres familiares trabajan sin descanso, encendiendo el fuego que mantiene viva una costumbre y las recetas que han pasado de generación en generación.

Con la llegada del Día de Muertos, las panaderías de Tulancingo  viven una de sus semanas más emblemáticas I  Foto: Grisel Lira
Con la llegada del Día de Muertos, las panaderías de Tulancingo viven una de sus semanas más emblemáticas I Foto: Grisel Lira

Pero este año, el pan de muerto también se reinventa. No solo cambia de tamaño o de textura; ahora se viste de colores vibrantes, se rellena de sabores inesperados, desde nata, cajeta y chocolate hasta crema de café o mermeladas frutales e incluso se convierte en parte del menú de restaurantes que lo ofrecen con toques salados, fusionando tradición y creatividad.

Con la llegada del Día de Muertos, las panaderías de Tulancingo  viven una de sus semanas más emblemáticas I  Foto: Grisel Lira
Con la llegada del Día de Muertos, las panaderías de Tulancingo viven una de sus semanas más emblemáticas I Foto: Grisel Lira

Cada pieza, sin embargo, guarda el mismo propósito: honrar la vida a través del sabor, recordar que la muerte no es final sino encuentro. En las calles, los escaparates de las panaderías se llenan de figuras redondas, brillantes y perfumadas que invitan a compartir y celebrar.

Así, en Tulancingo, el pan de muerto no solo adorna los altares; es el alma misma de la festividad, un abrazo hecho masa y azúcar que cada año une a las familias en torno al fuego, la memoria y el amor eterno por quienes se fueron, pero nunca se olvidan.

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